martes, 27 de septiembre de 2016

La Claudia

Versión del profe. 
 Creo que olvidé  la última vez que me entusiasmó mi trabajo, lo llevo haciendo  desde hace más de 18 años. Y si soy sincero, cada vez me complico menos y asumo que me es indiferente. Lo noto cuando me muevo  de un extremo a otro en Santiago. Siempre el mismo camino, la misma rutina, las mismas lecturas, las mismas palabras; lo único que cambia son  los colores de las mesas, las sillas, las aulas  y las caras difusas de mis alumnos. No sé cómo llegué a esta apatía,  si miro hacia atrás, esto no era lo que quería,  no sé dónde me perdí.  O Quizás sí.

La Claudia, venía siempre despeinada y con una polera que decía  “love forever”. La primera vez que la vi llegó a la clase atrasada cuando ya habían pasado unos 15 minutos, me pidió disculpas y se sentó. No paraba de observarme mientras yo daba las instrucciones al curso ella se mordía los labios y cruzaba las piernas. Tenía un aire salvaje y una frescura que yo ya había olvidado. Al principio se sentaba al final del aula y poco a poco se fue cambiando de banco aproximándose  a mi escritorio,  aunque eso significaba soportar al Matías, un alumno de 33 años con halitosis. La Claudia se lo aguantaba, recuerdo que a veces me pareció que su  cara se tornaba morada.  Después de tres sesiones del taller,  al terminar la clase dijo en voz alta y delante de todo el curso: “ Profesor yo llegué tarde, me puede explicar un par de cosas que no entendí, por favor”. Asentí y mi estómago se revolvió. Una vez que todos salieron ella cerró la puerta y apagó las luces
Cada vez que me tocaba ir a dar clases de taller literario en la  municipalidad de Quilicura, los martes  en la tarde, a las seis y media para ser exacto, me sorprendía mirándome al espejo antes de salir de casa; me arreglaba la barba y mi mujer, desde el sofá y mirando la teleserie refunfuñaba que si iba a una fiesta o a qué. Yo me hacía el loco, pero era  un acto inconsciente porque no me daba cuenta y  poco a poco fui dejando de lado el blazer a rayas, el pantalón de tela y aquel bolso ñoño que me habían acompañado toda la vida. Algo me impulsaba a tararear canciones, sonreír en solitario y llevar gomina.


Recuerdo que en este tiempo, aparte de cambiar mi vestimenta y mi perfume, cambié las lecturas del taller,  les hacía escribir poemas y hasta recitar a Neruda, algunos traín guitarras y cantábamos Angie, de los Stone, ese taller era un cachondeo. La Claudia un día leyó uno de sus poemas favoritos,  lo había escrito ella, era demasiado sensual. Apunto estuve de saltarle encima,  tuve que sentarme enseguida y estar sentado el resto de la clase, mi jeans parecía una carpa del circo du soleil.  Nunca me di cuenta si los demás alumnos sospechaban algo. Sé que Lucas, en principio, la abordaba y compartía con ella las fotocopias, dulces y todo lo que traía a la clase, pero yo sé que a ella, no le interesaba él. A la Claudia la conquistabas con hablarle de historia, de filosofía, de literatura y Lucas no llegaba.


Cuando ya casi era verano y estaba por acabar el taller, la encontré inquieta,  decía  que  nos fuéramos juntos, que todo es demasiado bello para vivir separados. Decía que nunca sería una carga para mí, que ella se dedicaría a escribir poesía, que yo podría dar  talleres  en el sur y que de eso viviríamos muy felices. No paraba de sollozar, de besarme y  en medio de tanta pasión le dije que sí. Y ese sí, era cierto, y¡¡ tan cierto!!. Nada más quería yo que irme con ella a una casa en el campo o en el lago o donde fuera, le repetía que ¡¡si!!, que ¡¡si!!, mientras  me metía como un conejillo entre sus piernas, encima de mi escritorio.  Le prometí  que  antes del último día del taller, tomaríamos el tren  rumbo al sur, nos iríamos, tendríamos hijos, un perro y que sería como ella quisiera. Ella lloraba y me apretaba fuerte entre sus brazos.


La Claudia no asistió las dos semanas siguientes a clases, me tenía loco. Encima me enviaba sus trabajos literarios por medio de  Sofía, otra alumna del taller. Los relatos que la Claudia enviaba eran más bien cartas con protagonistas extraños, pero era nuestra historia. Y siempre al final decía: "todo irá bien- el próximo martes a las seis en la estación de tren y los amantes vivirán felices para siempre".


La semana pasó volando y el martes llegó con la expectación de un día más, las  cinco y media de la tarde. Di un par de vueltas en mi casa, me puse el blazer de rayas y el pantalón  de tela, cogí mi bolso y salí de casa.


Versión de la Angélica
Aparte de todas las desgracias habituales mías, les cuento otra. La Claudia, mi única amiga de Santiago de Chile. La conocí en un taller literario al que voy cada martes en Quilicura. Ella es muy simpática, pero la pobre se metió en una cosa mala. Mira que se lo dije, se enamoró hasta "las patas" del profe. Según mi punto de vista el profe no valía un duro, a mí me gustan los hombres inteligentes y sensibles y si hay que pedir más, pues pido já!... guapos, divertidos, simpáticos, sencillos, buena gente y con la polla más grande que la billetera!! ah! y generosos!! y que vengan de colegios con nombre y apellidos, que es el título nobiliario sudaca . Pero mi pobre Claudia, no! éste era un pusilánime de tomo y lomo. En fin, se tuvo que arrancar al sur para olvidarlo, se la pasa bebiendo chupilca día y noche. Cuando viene a Santiago, lo único que hacemos es hablar de él y ella llora, en venganza nos  vamos los martes a hacer botellón fuera de la municipalidad  y de paso le pinchamos  las ruedas y rayamos el coche al profe hdp!.

Se enamoró la Claudía y para eso no hay consuelo, pero estoy segura de que se salvó de una, él no era de los trigos limpios, para mí que tenía una en cada curso,  aunque quizás él la quería y  creo que se le notaba en la mirada, pero aveces el amor no es suficiente. Y que voy a decir de ella, ella estaba colada hasta los huesos.

Una vez oí decir que en el amor siempre hay uno que está más colado que el otro y que ambos se encuentren de igual a igual en sentimiento es comprable a sacarse la lotería, pero qué puedo decir yo si me acabo de comprar un gato y de regalarle a la Claudia un boleto de lotería.


domingo, 10 de enero de 2016

En la Ciudad

Mi nombre es Angélica Carvajal, soy estudiante de literatutra  y esta historia es cierta. Hoy salí de mi clase de teoría literaria más pronto de lo habitual. El profe estuvo hablando todo el rato de la teoría de la recepción que trata sobre lo que me limita como escritora o como lectora, la concepción de mi mundo particular, la imaginación esta limitada por la experiencia, la cultura y la educación. Me pareció interesante la clase y decidí salir a dar una vuelta y hablar con gente que me pareciera interesante en la calle.

Richard
Primero me meto al metro, llevo unas fotocopias sobre el nacimiento de la tragedia y el pesimismo de Nietzsche que debo leer para mañana, simplemente no puedo con él, pero debo leerlo, sino el uno será lapidario. Intento concentrarme, pero enseguida mi mente se va a otros mundos. Se abren y cierran las puertas del metro y la verdad que no hallo a nadie con quien entablar conversación sobre la mentada teoría; van todos ensimismados en sus teléfonos celulares. De repente entra un chico alto, moreno, lleva una musculosa que le marca su bien ejercitado cuerpo y sus tatuajes, trae consigo un parlante tipo trolley, pone música, saca un micrófono y canta a todo pulmón "Easy" de Fight No More. Canta bien, enseguida consigue que abandone a Nietzsche, el chico baila, mientras se abren y cierran las puertas del  metro, la gente pasa por su lado y lo empujan, él no pierde su entonación. Su voz es una pausa que se agradece en medio del calor, del gentío, de Nietzsche. Él incluso hace el grito característico de la canción, después de ese grito, él cierrra los ojos y ya no está en la estación moneda del metro de Santiago de Chile, no, él está en La Quinta Vergara, en  Viña del Mar, él es el más grande los cantantes de habla hispana.Todos corean su nombre, las chicas se desmayan, ¡antorcha!, ¡antorcha! grita el público, ¡gaviota!, ¡gaviota! gritan luego.  Y hay ¡gaviota de plata! para Richard, toda La Quinta enmudece. Última parada dice la gravación, estación San Pablo, se abren las puertas, todos lo empujan y algunos dan unos cuantos pesos. Él acomoda su parlante y baja del metro, permanece en el andén a la espera de otro tren y se abran las puertas a su  su siguiente escenario.

Juan
Bajo del metro, en Plaza de Armas, aún con easy, la canción que no he parado de tararear. Me gusta perderme por las calles de Santiago, una cuidad que nunca me perteneció y que ahora empiezo a descubrir, sus colores, olores, pero sobre todo la gente,  la observo en silecio y me imagino sus historias.
 La calle que baja de la Plaza de Armas, es la calle catedral bien podría ser cualquier calle de Río de Janeiro o Santo Domingo y si voy más lejos, Nueva Delhi o Estambul; tantos kilómetros nos separan, pero las luchas, los sueños e ilusiones, son  las mismas en todos sitios. Sigo avanzando por catedral, encuentro de todo y para todos los gustos, desde arepas hasta una parrilla humeante en medio de la vereda donde una colombiana potentorra vende anticuchos que los grita a todo pulmón, lo que me recuerda que aún no he almorzado. Continúo mi caminata y llama mi antención un señor en un puestecito que vende torres Eiffel hechas de alambre, es un artersano, yo, curiosa me detengo a observarlas.
- A tres lukitas no más, dice él.
- Están lindas, respondo
- Mire,  tengo estás otras que se pueden usar de lámpara
-  ¿Cómo de lámpara?, le pregunto. Orgulloso conecta una torre Eiffel a una pila varta y la torre se ilumina con luces de neón de todos los colores.
 - ¡Ud si que sabe!, le digo
-  Estás valen 5 likitas, dice él.
- Y de dónde saca el modelo, le pregunto, acaso ¿ha estado en París?,
 - "Nopo ñora", dice él -  ¿y ud.?
- Tampoco, le respondo.
- Yo es que soy buen copiador, de los chinos saco el modelo  y como tengo memoria fotográfica las remedo
 -  ¡ahhh! maestro, digo con una sonrisa y sigo mi rumbo.
 Pásese mañana, dice Juan y le tengo una figura igualita a ud. me dice mientras sonrie de oreja a oreja,
- ¿Una mía? pero a mi me gusta Don Quijote, respondo, ¿sabe quien es?
- "Nopo ñora", pero le averiguo y mañana le tengo a su Don Quijote
- Mañana me paso entonces.
- Aquí la espero.

Los travestis
Sigo sin rumbo fijo y justo en la esquina de calle Ahumada con Agustinas, me encuentro a boca de jarro con dos travestis y con toda su gloria, uno le dice al otro - ¿ y nos alcanza la plata pa ir pa´ Talca? Fue mi momento Hemingway, con ese mínimo dialogo, yo ya me monté la historia de ambos completa.  No la contaré, por esto de la teoría de la recepción, a ver que se imaginan uds. sólo con ese dialogo.

El Cristo de Mayo
Mi parada definitiva en el centro, La Iglesia de la calle San Antonio, realmente me chifla. Me gusta entrar con audifonos y escuchar el Requiem de Mozart cada vez que cruzo el umbral. Observo los santos, las mandas, los ancianos que rezan y rezan en trance con tanto miedo a la muerte como a los santos, Mozart lo intensifica todo ahi dentro. Después de dar vueltas y observar cada detalle del lugar me siento un rato, no soy creyente, pero en las iglesias me gusta quedarme tranquilta, relajarme y no pensar en nada, y aquí me sucede fácilmente. Tengo en frente la imagen del Cristo de Mayo, su mirada es desgarrante y la corona de espinas que él tiene en su cuello, habla de su siniestra historia con la Quintrala, una malvada terrateniente con una intersante historia, un día la narraré a mi modo.
Hay un afiche en la pared de la Iglesia, en el que aparece la imagen de un conquistador levantando un libro y un crucifijo y, en el mismo afiche están arrodillados rezando unos indígenas y al fondo reza la palabra "500 años de evangelización", es una imagen indefinible. Nos esclavisaron, nos robaron nuestras tierras, nos impusieron un idioma y una religión, violaron a nuestras mujeres y nos miraron por sobre el hombro;  sin embargo, en mi díaspora todos los que conocí eran buena gente. Otras épocas.
Luego de salir renovada del paseo y de la Iglesia, tiro pa casa, aunque hay un restaurante de cevichito peruano que es una maravilla. El camarero es simpático, hablaré con él sobre la teoría de la recepción, a ver si tiene tiempo entre plato y plato a temas de menor embergadura que no sea lo básico de la pirámide de Maslow. 


El Lucho

Desde hace una hora el mentiroso compulsivo está en la terraza, fuma y fuma, rotan las mesas del bar y algunos clientes, sobre todo los nuevos dan la impresión que creen sus historias. Le invitan una copa, mueven su cabeza en señal de negación, ríen un rato  y   luego se van. Yo, con disimulo, intento decirles que no le hagan caso, que el Lucho es un cara dura, que con sus mentiras paga sus vicios. Los clientes piden la cuenta, me miran, se despiden y se van.
¿Qué? ¡Lucho!, ¿otro combinado? le pregunto, mientras voy limpiando la barra.
No, amigo, gracias, es hora de tirar para casa, ha sido un día largo y ya estoy cansado, dice él.
¿Cansado? Pregunto ¡de tanto darle a la sin hueso, ¡já!, la lengua suelta que tienes, deberías usarla para algo más que sacar copas de vez en cuando.
 ¿Qué dice, amigo? Es la gente la que le gusta escuchar mis historias, que por lo demás, por Dios que me mira, son todas muy ciertas, yo no ando con cuentos, amigo mío. Por cierto, llevas la bragueta media abierta, se te ven los calzoncillos color rosa que llevas.
Tú siempre te fijas en cada cosa, le digo, mientras me acomodo el sierre, mientras él no me quita ojo. Oye Lucho recuerdas esa   historia que me contaste, de la Lucía, la mansa mina,  si hasta me mostraste la foto, fíjate que no te creo que hayas ligado con ella.
Tú sabrás, si me crees o no, pero la Lucía aún anda como loca detrás mío, te doy su número, si quieres.
¡Já! ¡Estás loco, Lucho!
Y te cuento que la Lucía tiene una amiga que está igual de buena que ella, la Ester, podríamos salir los cuatro, lo pasaríamos de lujo, dice él.
No es una mala idea, digo. Mientras pienso que me gustaría saber por dónde sale y hasta dónde llega el fanfarrón este. 
 Llamo ahora a la Lucía para coordinar, me dice, mientras se frota la panza y bebe un sorbo de la piscola que le invitaron los últimos clientes, noto que aflora en su cara una extraña sonrisa.
Coge el Lucho su agenda repleta de números de teléfonos de “bellas mujeres”,  todos los números  escritos con lápiz de carbón y letras de triste caligrafía. Marca el número y habla o hace como si hablara con Lucía. Yo miro y me sonrío mientras  voy secando las copas. Creo que sería  divertido averiguar hasta dónde llega el loco con sus mentiras, total esta noche dan en el TVN “Priscilla, reina del desierto” y ya la he visto tres veces. Lucho presurosamente se levanta de su asiento y se acerca.
 ¡Hecho, Manu!, la Lucía y la Ester nos estarán esperando en el circo en un rato más.
¿En el Circo?, pregunto yo.
Sí, dice él. Las chicas son artistas y de las mejores del afamado circo “Monte Carlo”, hemos quedado al terminar la función  a eso de las diez más o menos, justo detrás del elefante y las seis jaulas con leones y tigres.
¿Con leones y tigres? Y por qué no les dices que nos esperen en la nave espacial y nos  vamos de viaje a  Marte, ¡já!
No tengas miedo Manu y no te preocupes por los leones y tigres que estos están bien alimentados, cada día hay un encargado de meter a las jaulas caballos y burros que pillan sueltos por los alrededores de Santiago. Así que hambrientas no están esas bestias, más bien, tranquilas y  encerradas a cal y canto. ¡Ah! y ponme una copa más por cuenta de la casa, que esta noche será memorable para ti, ya lo verás, de una vez por todas saldrás de ese cuarto oscuro en el que vives.
Con mucha curiosidad hago caso al Lucho, entrego mi turno, voy al baño, una lavada de cara, Axe spray y nos encaminamos al circo que está a unas cuantas calles. A lo lejos  diviso la descolorida carpa con todas sus luces; enciendo un cigarro que cada vez que lo aspiro  ilumina más el camino que los faroles rotos de la vereda. Llegamos al sitio acordado y veo  sólo una jaula con un león que me atrevería a decir que ya a estas alturas ni ruge. El Lucho me dice que las demás bestias deben estar en la función, claro que sí,  respondo, apago el cigarro con mi zapato, miro el reloj, ya son más de las diez. Para mi sorpresa llegan las chicas, exuberantes, en ceñidos vestidos aún con los colores y brillos de su presentación circense.  La Ester pregunta, ¿este es el galán?, mientras toma mi mano sutilmente, él es, dice el Lucho, trátalo bien.
El Lucho y la Lucía permanecen junto a las jaulas mientras la Ester y yo nos perdemos, ella aun sostiene mi mano delicadamente y me guía hacia su carromato, pasamos delante del león que no nos hace caso, ella le habla cariñosamente y seguimos nuestro camino hacia su estancia; una vez dentro me abraza  y me dice que le gusta el circo, le gustan los aplausos, pero que está cansada y quiere descansar; se acerca,  me besa, dice  que sabe quién soy yo, yo asiento y cierro mis ojos, luego como un loco la beso y meto mi lengua en su boca, hay algo dentro de mí que quiere salir; la Ester presiona su cuerpo contra el mío y siento un bulto, la beso más fuerte aún. 
Oigo gritos, rugidos de animales, ¡corre Manu!, grita el Lucho, ¡las bestias se han escapado!,  la Ester se levanta  y como una más de los espectadores del circo sale huyendo. El Lucho me mira, estoy completamente desnudo y  yo miro a  la Ester que se aleja corriendo hasta que se suma al grupo de hombres que corren calle abajo.

En el Megasport

OOooooaaaaahhhh (bostezos)

Es la una, llevo desde las 8,30 de la mañana haciendo como que trabajo... ¡¡Dios!! ¿cuándo me sacaré el puñetero euromillón??. Andaría en un descapotable con gafas XXL de Dior y sólo chicos XXL. ¡¡No doy más!!! el reloj marca la 13,29, me voy.

Cojo el coche y mientras conduzco, pienso: ¿qué hago?, ¿dónde voy?, ¿al gimnasio? Macdonals mola más, qué pereza. Es en ese preciso instante cuando aparece la temible imagen del cruel, malvado y odiado espejito... mi prominente culo!!! (lágrimas, muchas lágrimas, me tiro del balcón)  me digo a mí misma: mí misma ¡¡anímate!!!, nunca cazarás marido con ese culo gordo. Lo tengo decidido mi culo y yo nos vamos a Megasport.

La danza Kuduro suena fuerte en la radio. Llego al gimnasio, lo top de lo top de toda la isla de Mallorca, la cantidad de veces que me topé con Carlos Moyá en el parking y cruzamos miradas, aaaaayy con lo bueno que está, me da un infarto ahí mismo... ¡¡ tío bueno!!, paso la tarjeta para acceder al recinto (al parecer el banco no me ha devuelto el recibo de este mes, uuufffff  ¡qué alivio!). Las señoritas de la recepción sonríen y saludan a coro mientras me repasan de los pies a la cabeza, qué majas ellas. Estoy en los vestuarios, y después de pegarme un bostezo de rugido de león y tras el, tragarme todas las taquillas, los bancos y las señoras medio desnudas que deambulan, subo a machacarme.

La sala de fitness huele a testosterona, machos sudorosos por doquier levantando pesas de 500 kilos con sólo un brazo, éste es mi precalentamiento visual. Woow! lo veo acercarse!!! ¡es él! mi instructor favorito... qué espalda más ancha, esos brazos para lanzarme por los aires y encajarme a la primera.... Dios!!. Me pregunto cómo tendrá "ese" músculo mmmm es bastante borde, pero con lo bueno que está lo mismo me hable de la crisis de los tulipanes o del alto nivel de grasa de mi cuerpo, él se lo puede permitir "TODO". Lo miro, se me cae la baba, lo vuelvo a mirar, intento cerrar la boca, no puedo, él pasa de mí, no me saluda joooo ¡¡estoy enamorada!!

Luego de pegar un repaso a los machos del lugar, voy a la cinta. Con cara de asco y desamor  voy poco a poco subiendo velocidades mientras en mi Ipod suena la última de Rihanna: ♪♫ we found love in a hopeless place, we found ♪♫, poco a poco me animo, subidón, subidón. Voy a tope, corriendo, siento la música en mi cuerpo, soy Usain Bolt por unos instantes, volando voy y bajando de los Andes y sin frenos, cierro los ojos, veo las majestuosas y blancas montañas, ese campo de flores bordados que es la copia feliz del Edén... ooohhhh! qué bonito que es Chile. Estoy sudando a mil, tengo la camiseta empapada, cuando me doy cuenta: noooooooooo he olvidado ponerme desodorante antes de subir, lo huelo. Espero que el nivea roll on no me abandone del todo, encima ahí viene el tío "guenorro" del gim...¡¡mijito ricoooo!! moreno, alto, ojitos verdes, divino, se acerca, me muero, aquí me da algo. No, no, no, no puede ser, se pone justo en la cinta a mi lado, ¡Dios! no debo levantar los brazos. A estas alturas el nivea roll on me ha abandonado completamente. Él me mira y dice hola ooohhh ¡¡ha dicho hola!! por esa boquita, más mono, pero no puedo quedarme a su lado... ¡he olvidado el desodorante! (él iba a ser el padre de mis hijos, el hombre de mi vida, mi felicidad se ha esfumado para siempre) Salgo disparada de la cinta y de su lado, le digo adios por siempre para siempre jamás. Me voy donde no hallan machos diez metros a la redonda, me pongo en la máquina de los glúteos unos minutos con 100 kilos, quiero ser tía guenorra yo también  para que cuando vuelva mi príncipe azul, cansado de matar dragones y de hacer cosas que hacen los príncipes azules (menos tirarse a Blanca Nieves, Bella Durmiente y todas esas malditas) le ponga cachondo a mil.

Agotada y derrotada termino mi entrenamiento, arrastrando mi cuerpo vuelvo a los vestuarios, me ducho ¡por fin!, me enfundo mi ceñido vestido y mis tacones de 12 cms. divina!!. Grrrr suena mi estómago, hambre, es hora de comer!! mmmmmm pienso: ¿dónde voy?, hay un Macdonals en el ocimax que está de camino al trabajo...¡allá voy!. Llego, pido una cuarto de libra con doble ración de queso, patatas deluxe y cola zero, que para eso voy al gim y cuido mi línea. Estoy atragantada con la hamburguesa cuando mi radar de chicos guapos se activa tutututututu se aproxima uno tututututu joooooooooo he olvidado ponerme mi nivea roll on...

viernes, 8 de enero de 2016

Casino

El Casino de La Herradura está a reventar, aún así puedo oír  las risas de la gente, el choque de las copas por tantos brindis; incluso puedo oír el crujido del hielo al contacto con el whisky, a pesar del sonido estridente de las tragaperras.  Esta es mi noche, la estoy esperando desde hace tanto tiempo, a pesar de lo que sucedió la noche anterior, pero intento no pensar, intento en mostrarme calmado en la mesa, un juego en el que  todos  los comensales parecen sacados del Madame Tussauds.
Digo un par de chistes, pero nadie ríe, doy un sorbo al vaso de whisky, el más caro que hay en la carta y pienso en mañana. Mañana estaré de guata al sol, alejado de este invierno. Una sonrisa se dibuja en mi cara, pero luego un nudo se aloja en mi garganta, todo lo que me espera suena maravilloso, ojalá ella pudiera venir, pero ya sé que eso es  imposible. Por el momento sólo me basta esperar a escuchar los dos estornudos y el toque de orejas del Coke y ya tendré en mis  manos la escalera de color y un futuro delicioso.  Mientras  doy un sorbo al Jack Daniels  cierro mis ojos y me imagino disfrutando del mar y alejado de todo esto, pero cuando los abro, sin siquiera pretender, se pierde mi mirada en el rojo intenso del tapiz, maldito  color, estoy otra vez ahí, anoche, aquella habitación, no quiero recordar, pero mi mente se escapa. ¿Cómo podré vivir sin ella?, no lo sé, pero he  pasado toda mi vida sin ella, podré soportarlo. Vuelvo al juego, bebo más whisky e intento concentrarme otra vez en las cartas.
El Croupier da la señal, al cabo de unas rondas, con las cartas en mis manos y cuando ya no queda alcohol en el vaso y el hielo aún no se derrite del todo, ¡¡Póquer!!, grito y  enseño mis cartas con severo entusiasmo. Los personajes del Madame Tussauds vuelven a la vida, cortésmente me felicitan y prosiguen con su juego a la espera de que la suerte les toque a ellos. Pidan los que les apetezca, digo, mientras junto mis fichas para pasar por caja. Debo  cambiar enseguida la plata  y  dejar la mitad del dinero en la caja fuerte de la habitación número 14, como había prometido, ese fue el trato, pero no lo haré. Tendré cuernos, lo asumo y  duele; la quería y si estoy en estas fue por y para ella. El Coke se queda sin pasta y sin ella; yo, al menos, con la pasta.
Cojo el dinero, un millón de dólares, no sé bien que siento. El Coke me hace un guiño. Bajo rápido del casino y pido un taxi, directo al aeropuerto digo a la taxista, una guapa morena que lleva un vestido y los labios rojos, maldito color, confundido ¡Laura! digo ¿eres tú? La mujer voltea y, definitivamente, no era Laura. Ella me habla del tiempo y de lo malo que está la cosa, en mi cabeza las imágenes se suceden una tras otra, una tras otra, ¡maldita perra!, estarás ardiendo en el infierno ¿Cómo podré vivir sin ti?  Oigo acercarse  a las sirenas, deténgase, pare el taxi,  digo a la mujer y bajo del taxi que estaciona en la berma  sobre el puente del estero. Las sirenas cada vez más cerca; miro el cielo gris, el dinero… ¿Qué he hecho? No importo siquiera yo mismo, asomo más al borde del puente, en medio de la oscuridad  doy un brinco y me adentro hacia ella.

domingo, 11 de octubre de 2015

La Serpentina

Era la que menos se lamentaba, sólo hacía muh de vez en cuando, pero sobre todo cuando amanecía. Yo le daba pasto y agua cada día y en esos momentos me parecía que la serpentina era el animal más feliz del pueblo, aveces yo soñaba con ser ella.  
Recuerdo que mi papá la trajo un día todo orgulloso por mi santo, es el mejor regalo, me dijo; a tu madre solo le dieron  una gallina  cuando cumplió los 15 años. Tú  sólo tienes 12 y ya tienes una vaca fuerte y sana que te  dará un ternerito en el futuro. Mientras mi padre contaba contento los terneritos que la vaca me daría, yo, observaba a mi madre que pelaba las papas para el almuerzo. Recuerdo que  llevaba un delantal blanco percudido y desgastado que por partes transparenta  la ropa negra que llevaba debajo. Observé detenidamente a mi madre que asentía los dichos de mi padre y seguía  con las papas, pocas veces salía de su boca algo que no fueran lamentaciones, su pelo completamente blanco y las expresiones marcadas en su cara hablaban de su vida más de lo que ella se quejaba.  Cuida a tu vaca solía decirme con resignación, que yo no quiero que termines como los guarras de tus hermanas mayores. Decía la gente que mis hermanas se habían ido de nuestra casa a trabajar a la cuidad a una casa de remolienda, la gente siempre habla, pero lo cierto es que tantas veces les vi salir por la ventana de noche a juntarse en el que primero lanzara una piedra y oír sus risas desde el pastero.
Recuerdo que después del entierro de mi tía Jacinta, vino consigo aún más la desgracia, una lluvia torrencial, el diluvio. La gente decía que el cielo lloraba por mi tía y yo me preguntaba cómo podía llorar el cielo por alguien que ha pasado por esta vida con más  penas que glorias. El río creció de lado a lado. Dijo mi papá que nunca en sus años así lo vio, no había nada que pudiéramos hacer, mojó nuestros víveres para todo el invierno.  El agua cubrió los campos y se llevo todo a su paso, pasó muy cerca del corral y mi serpentina no supo ponerse a salvo o no quiso, o tal vez  no era el animal feliz que yo creía, ella  intentó cruzar el turbulento y turbio río entre troncos y piedras, valiente ella, quizás quiso alcanzar algo que en nuestra orilla no había,  lo buscó en la otra.  El vecino  dijo a mi hermano que vio sus manchas de vaca, luego sus patas, luego  su trompa, luego su panza girar y girar entre las violentas y sucias aguas, pero no está seguro.
Ahora estamos mi hermano y yo de pie sobre el barranco mirando el agitado río, él me mira en silencio. Tristemente pienso en dónde irá  mi serpentina río abajo,  girando en estas aguas, quizás se encuentre con mis hermanas, allá, donde están las luces y desembocan las  sucias aguas.

sábado, 10 de octubre de 2015

Mariposas amarillas

Érase una vez hace muuuuuchos años atrás, en un pueblo perdido en el norte verde de Chile entre los hermosos valles transversales, vivía una hermosa niña. Tenía 11 años, era blanca y de cabellos negros y revueltos; sólo tenía a su perro, lo que la hacía muy solitaria. A menudo la sorprendían con la mirada perdida hacia las montañas, soñando un mundo que sólo su imaginación podía limitar.

Le encantaban los libros, se perdía con su aroma amaderado y con sus hojas viejas que hacían volar sus pensamientos más allá de aquellos inmensos cerros andinos. No habían libros en su casa, por lo que cuando encontraba uno era como hallar un tesoro, aunque siempre los tesoros resultaban estar rotos y, además, solían faltarles páginas, pero eso no era un problema para ella ya que se las arreglaba escribiendo por su cuenta la vida y los acontecimientos de los personajes en las hojas que faltaban, a todos les daba un feliz final.

Un día, uno de aquellos libros que encontró por ahí fue "Cien años de soledad" de García Márquez. Lo que llamó especialmente su atención fue su título; por aquella época era una chascona y sensible pre adolecente con las piernas flacas, los dientes grandes y con unas incomnmesurable imaginación. No ha cambiado mucho desde entonces a pesar de toda el agua que ha corrido debajo del puente.

Leyó "Cien años de soledad" en tres días, siempre escondida de la madre que no podía verla haciendo nada que no fuera limpiar, lavar, cocinar, cuidar a la hermana pequeña, volver a lavar, volver a limpiar, etc. Giró la última página y al momento de cerrar el libro dio un inmenso suspiro, a pesar de que la historia no tenía final feliz alguno, pero se sintió conmovida aquel instante. Acurrucó el libro en su pecho y después del suspiro se dio cuenta que ahí empezaría su gran dilema... ¿Qué quería decir García Márquez con las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia?? (para los que no han leído el libro Mauricio Babilonia es un personaje al cual le persiguen mariposas amarillas allá hacia donde va. El autor nunca explica el por qué, sólo cada vez que lo nombra, nombra también a las mariposas).

La niña, cuando ya no lo era tanto, aún con los años se sorprendía pensando en el por qué de las mariposas amarillas, para ella significaba algo tan bonito y nunca pudo dejar de pensar que algún día se encontraría cara a cara con aquel hombre rodeado de mariposas amarillas y sería maravilloso.

 Una vez entró en un invernadero de flores lleno de mariposas de todos lo colores, ella alucinaba jugando horas y horas detrás de las amarillas e intentaba que la siguieran, pero no lo consiguió. Al final dejó la puerta abierta y las pocas que salieron se echaron libres a volar. Se conformó recogiendo los cadáveres de mariposas que ya habían muerto, las acomodó en una bonita caja de madera en su habitación, cajita que abría cada noche soñando que volverían a la vida y revolotearían sobre su cama mientras ella dormía.

Después de muchos años, ya más grande, releyó el libro. Aún seguía pensando en mariposas y en el mágico misterio que significaba para ella. Al finalizarlo llegó a la conclusión de que García Márquez quería decir que Mauricio Babilonia estaba loco y eso tan bonito de las mariposas el autor sólo se refería a su completa locura. ¡¡Tenía que ser eso!! ¿Qué más podía ser? ¡¡Qué desilución!! La imagen de un Mauricio Babilonia completamente loco y sin mariposas amarillas la desilucionó completamente. Dejó de pensar en que algún día lo encontraría ya que él no tendría nada especial y nunca más volvío a pensar en él.

Hace poco tiempo atrás, escuchó por casualidad la pegajosa canción que hace referencia al libro, sonrió con el alma. Cerró sus ojos e imaginó a Mauricio Babilonia bailando para ella e invitándola a bailar; se imaginó ella misma embelesada jugando con sus mariposas para luego bailar con él en medio de un sin fin de mariposas amarillas que agitaban suavemente sus alas. Al cabo de unos suspiros abrió sus ojos, lo vio a él, su rostro era tan dulce. Mauricio Babilonia estaba rodeado de tantas mariposas amarillas, más de las que ella toda la vida había imaginado. Ambos bailaron, bailaron y bailaron mientras a su alrededor las mariposas de él y las mariposas que también siempre la habían acompañado a ella, formaron un inmenso torbellino de cientos de mariposas amarillas que giraban en torno a los dos.