domingo, 10 de enero de 2016

El Lucho

Desde hace una hora el mentiroso compulsivo está en la terraza, fuma y fuma, rotan las mesas del bar y algunos clientes, sobre todo los nuevos dan la impresión que creen sus historias. Le invitan una copa, mueven su cabeza en señal de negación, ríen un rato  y   luego se van. Yo, con disimulo, intento decirles que no le hagan caso, que el Lucho es un cara dura, que con sus mentiras paga sus vicios. Los clientes piden la cuenta, me miran, se despiden y se van.
¿Qué? ¡Lucho!, ¿otro combinado? le pregunto, mientras voy limpiando la barra.
No, amigo, gracias, es hora de tirar para casa, ha sido un día largo y ya estoy cansado, dice él.
¿Cansado? Pregunto ¡de tanto darle a la sin hueso, ¡já!, la lengua suelta que tienes, deberías usarla para algo más que sacar copas de vez en cuando.
 ¿Qué dice, amigo? Es la gente la que le gusta escuchar mis historias, que por lo demás, por Dios que me mira, son todas muy ciertas, yo no ando con cuentos, amigo mío. Por cierto, llevas la bragueta media abierta, se te ven los calzoncillos color rosa que llevas.
Tú siempre te fijas en cada cosa, le digo, mientras me acomodo el sierre, mientras él no me quita ojo. Oye Lucho recuerdas esa   historia que me contaste, de la Lucía, la mansa mina,  si hasta me mostraste la foto, fíjate que no te creo que hayas ligado con ella.
Tú sabrás, si me crees o no, pero la Lucía aún anda como loca detrás mío, te doy su número, si quieres.
¡Já! ¡Estás loco, Lucho!
Y te cuento que la Lucía tiene una amiga que está igual de buena que ella, la Ester, podríamos salir los cuatro, lo pasaríamos de lujo, dice él.
No es una mala idea, digo. Mientras pienso que me gustaría saber por dónde sale y hasta dónde llega el fanfarrón este. 
 Llamo ahora a la Lucía para coordinar, me dice, mientras se frota la panza y bebe un sorbo de la piscola que le invitaron los últimos clientes, noto que aflora en su cara una extraña sonrisa.
Coge el Lucho su agenda repleta de números de teléfonos de “bellas mujeres”,  todos los números  escritos con lápiz de carbón y letras de triste caligrafía. Marca el número y habla o hace como si hablara con Lucía. Yo miro y me sonrío mientras  voy secando las copas. Creo que sería  divertido averiguar hasta dónde llega el loco con sus mentiras, total esta noche dan en el TVN “Priscilla, reina del desierto” y ya la he visto tres veces. Lucho presurosamente se levanta de su asiento y se acerca.
 ¡Hecho, Manu!, la Lucía y la Ester nos estarán esperando en el circo en un rato más.
¿En el Circo?, pregunto yo.
Sí, dice él. Las chicas son artistas y de las mejores del afamado circo “Monte Carlo”, hemos quedado al terminar la función  a eso de las diez más o menos, justo detrás del elefante y las seis jaulas con leones y tigres.
¿Con leones y tigres? Y por qué no les dices que nos esperen en la nave espacial y nos  vamos de viaje a  Marte, ¡já!
No tengas miedo Manu y no te preocupes por los leones y tigres que estos están bien alimentados, cada día hay un encargado de meter a las jaulas caballos y burros que pillan sueltos por los alrededores de Santiago. Así que hambrientas no están esas bestias, más bien, tranquilas y  encerradas a cal y canto. ¡Ah! y ponme una copa más por cuenta de la casa, que esta noche será memorable para ti, ya lo verás, de una vez por todas saldrás de ese cuarto oscuro en el que vives.
Con mucha curiosidad hago caso al Lucho, entrego mi turno, voy al baño, una lavada de cara, Axe spray y nos encaminamos al circo que está a unas cuantas calles. A lo lejos  diviso la descolorida carpa con todas sus luces; enciendo un cigarro que cada vez que lo aspiro  ilumina más el camino que los faroles rotos de la vereda. Llegamos al sitio acordado y veo  sólo una jaula con un león que me atrevería a decir que ya a estas alturas ni ruge. El Lucho me dice que las demás bestias deben estar en la función, claro que sí,  respondo, apago el cigarro con mi zapato, miro el reloj, ya son más de las diez. Para mi sorpresa llegan las chicas, exuberantes, en ceñidos vestidos aún con los colores y brillos de su presentación circense.  La Ester pregunta, ¿este es el galán?, mientras toma mi mano sutilmente, él es, dice el Lucho, trátalo bien.
El Lucho y la Lucía permanecen junto a las jaulas mientras la Ester y yo nos perdemos, ella aun sostiene mi mano delicadamente y me guía hacia su carromato, pasamos delante del león que no nos hace caso, ella le habla cariñosamente y seguimos nuestro camino hacia su estancia; una vez dentro me abraza  y me dice que le gusta el circo, le gustan los aplausos, pero que está cansada y quiere descansar; se acerca,  me besa, dice  que sabe quién soy yo, yo asiento y cierro mis ojos, luego como un loco la beso y meto mi lengua en su boca, hay algo dentro de mí que quiere salir; la Ester presiona su cuerpo contra el mío y siento un bulto, la beso más fuerte aún. 
Oigo gritos, rugidos de animales, ¡corre Manu!, grita el Lucho, ¡las bestias se han escapado!,  la Ester se levanta  y como una más de los espectadores del circo sale huyendo. El Lucho me mira, estoy completamente desnudo y  yo miro a  la Ester que se aleja corriendo hasta que se suma al grupo de hombres que corren calle abajo.

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