viernes, 8 de enero de 2016

Casino

El Casino de La Herradura está a reventar, aún así puedo oír  las risas de la gente, el choque de las copas por tantos brindis; incluso puedo oír el crujido del hielo al contacto con el whisky, a pesar del sonido estridente de las tragaperras.  Esta es mi noche, la estoy esperando desde hace tanto tiempo, a pesar de lo que sucedió la noche anterior, pero intento no pensar, intento en mostrarme calmado en la mesa, un juego en el que  todos  los comensales parecen sacados del Madame Tussauds.
Digo un par de chistes, pero nadie ríe, doy un sorbo al vaso de whisky, el más caro que hay en la carta y pienso en mañana. Mañana estaré de guata al sol, alejado de este invierno. Una sonrisa se dibuja en mi cara, pero luego un nudo se aloja en mi garganta, todo lo que me espera suena maravilloso, ojalá ella pudiera venir, pero ya sé que eso es  imposible. Por el momento sólo me basta esperar a escuchar los dos estornudos y el toque de orejas del Coke y ya tendré en mis  manos la escalera de color y un futuro delicioso.  Mientras  doy un sorbo al Jack Daniels  cierro mis ojos y me imagino disfrutando del mar y alejado de todo esto, pero cuando los abro, sin siquiera pretender, se pierde mi mirada en el rojo intenso del tapiz, maldito  color, estoy otra vez ahí, anoche, aquella habitación, no quiero recordar, pero mi mente se escapa. ¿Cómo podré vivir sin ella?, no lo sé, pero he  pasado toda mi vida sin ella, podré soportarlo. Vuelvo al juego, bebo más whisky e intento concentrarme otra vez en las cartas.
El Croupier da la señal, al cabo de unas rondas, con las cartas en mis manos y cuando ya no queda alcohol en el vaso y el hielo aún no se derrite del todo, ¡¡Póquer!!, grito y  enseño mis cartas con severo entusiasmo. Los personajes del Madame Tussauds vuelven a la vida, cortésmente me felicitan y prosiguen con su juego a la espera de que la suerte les toque a ellos. Pidan los que les apetezca, digo, mientras junto mis fichas para pasar por caja. Debo  cambiar enseguida la plata  y  dejar la mitad del dinero en la caja fuerte de la habitación número 14, como había prometido, ese fue el trato, pero no lo haré. Tendré cuernos, lo asumo y  duele; la quería y si estoy en estas fue por y para ella. El Coke se queda sin pasta y sin ella; yo, al menos, con la pasta.
Cojo el dinero, un millón de dólares, no sé bien que siento. El Coke me hace un guiño. Bajo rápido del casino y pido un taxi, directo al aeropuerto digo a la taxista, una guapa morena que lleva un vestido y los labios rojos, maldito color, confundido ¡Laura! digo ¿eres tú? La mujer voltea y, definitivamente, no era Laura. Ella me habla del tiempo y de lo malo que está la cosa, en mi cabeza las imágenes se suceden una tras otra, una tras otra, ¡maldita perra!, estarás ardiendo en el infierno ¿Cómo podré vivir sin ti?  Oigo acercarse  a las sirenas, deténgase, pare el taxi,  digo a la mujer y bajo del taxi que estaciona en la berma  sobre el puente del estero. Las sirenas cada vez más cerca; miro el cielo gris, el dinero… ¿Qué he hecho? No importo siquiera yo mismo, asomo más al borde del puente, en medio de la oscuridad  doy un brinco y me adentro hacia ella.

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