Digo un par
de chistes, pero nadie ríe, doy un sorbo al vaso de whisky, el más caro que hay
en la carta y pienso en mañana. Mañana estaré de guata al sol, alejado de este
invierno. Una sonrisa se dibuja en mi cara, pero luego un nudo se aloja en mi
garganta, todo lo que me espera suena maravilloso, ojalá ella pudiera venir,
pero ya sé que eso es imposible. Por el
momento sólo me basta esperar a escuchar los dos estornudos y el toque de
orejas del Coke y ya tendré en mis manos la escalera de color y un futuro
delicioso. Mientras doy un sorbo al Jack Daniels cierro mis ojos y me imagino disfrutando del
mar y alejado de todo esto, pero cuando los abro, sin siquiera pretender, se
pierde mi mirada en el rojo intenso del tapiz, maldito color, estoy otra vez ahí, anoche, aquella
habitación, no quiero recordar, pero mi mente se escapa. ¿Cómo podré vivir sin
ella?, no lo sé, pero he pasado toda mi
vida sin ella, podré soportarlo. Vuelvo al juego, bebo más whisky e intento concentrarme
otra vez en las cartas.
El Croupier da
la señal, al cabo de unas rondas, con las cartas en mis manos y cuando ya no
queda alcohol en el vaso y el hielo aún no se derrite del todo, ¡¡Póquer!!,
grito y enseño mis cartas con severo
entusiasmo. Los personajes del Madame Tussauds vuelven a la vida, cortésmente
me felicitan y prosiguen con su juego a la espera de que la suerte les toque a
ellos. Pidan los que les apetezca, digo, mientras junto mis fichas para pasar
por caja. Debo cambiar enseguida la
plata y dejar la mitad del dinero en la caja fuerte de
la habitación número 14, como había prometido, ese fue el trato, pero no lo
haré. Tendré cuernos, lo asumo y duele;
la quería y si estoy en estas fue por y para ella. El Coke se queda sin pasta y
sin ella; yo, al menos, con la pasta.
Cojo el
dinero, un millón de dólares, no sé bien que siento. El Coke me hace un guiño.
Bajo rápido del casino y pido un taxi, directo al aeropuerto digo a la taxista,
una guapa morena que lleva un vestido y los labios rojos, maldito color,
confundido ¡Laura! digo ¿eres tú? La mujer voltea y, definitivamente, no era
Laura. Ella me habla del tiempo y de lo malo que está la cosa, en mi cabeza las imágenes se suceden una tras
otra, una tras otra, ¡maldita perra!, estarás ardiendo en el infierno ¿Cómo podré
vivir sin ti? Oigo acercarse a las sirenas, deténgase, pare el taxi, digo a la mujer y bajo del taxi que estaciona
en la berma sobre el puente del estero. Las
sirenas cada vez más cerca; miro el cielo gris, el dinero… ¿Qué he hecho? No
importo siquiera yo mismo, asomo más al borde del puente, en medio de la
oscuridad doy un brinco y me adentro
hacia ella.
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