Recuerdo que
mi papá la trajo un día todo orgulloso por mi santo, es el mejor regalo, me dijo;
a tu madre solo le dieron una gallina cuando cumplió los 15 años. Tú sólo tienes 12 y ya tienes una vaca fuerte y
sana que te dará un ternerito en el
futuro. Mientras mi padre contaba contento los terneritos que la vaca me daría,
yo, observaba a mi madre que pelaba las papas para el almuerzo. Recuerdo que llevaba un delantal blanco percudido y
desgastado que por partes transparenta la ropa negra que llevaba debajo. Observé
detenidamente a mi madre que asentía los dichos de mi padre y seguía con las papas, pocas veces salía de su boca
algo que no fueran lamentaciones, su pelo completamente blanco y las
expresiones marcadas en su cara hablaban de su vida más de lo que ella se quejaba. Cuida a tu vaca solía decirme con
resignación, que yo no quiero que termines como los guarras de tus hermanas mayores. Decía la gente que mis hermanas se habían ido de nuestra casa a trabajar a la cuidad a una casa de remolienda, la gente siempre habla, pero lo cierto es que tantas veces les vi salir por la ventana de noche a juntarse en el que primero lanzara una piedra y oír sus risas desde el pastero.
Recuerdo que
después del entierro de mi tía Jacinta, vino consigo aún más la desgracia, una
lluvia torrencial, el diluvio. La gente decía que el cielo lloraba por mi tía y
yo me preguntaba cómo podía llorar el cielo por alguien que ha pasado por esta
vida con más penas que glorias. El río
creció de lado a lado. Dijo mi papá que nunca en sus años así lo vio, no había
nada que pudiéramos hacer, mojó nuestros víveres para todo el invierno. El agua cubrió los campos y se llevo todo a su
paso, pasó muy cerca del corral y mi serpentina no supo ponerse a salvo o no
quiso, o tal vez no era el animal feliz
que yo creía, ella intentó cruzar el
turbulento y turbio río entre troncos y piedras, valiente ella, quizás quiso alcanzar
algo que en nuestra orilla no había, lo
buscó en la otra. El vecino dijo a mi hermano que vio sus manchas de vaca,
luego sus patas, luego su trompa, luego
su panza girar y girar entre las violentas y sucias aguas, pero no está seguro.
Ahora estamos
mi hermano y yo de pie sobre el barranco mirando el agitado río, él me mira en
silencio. Tristemente pienso en dónde irá
mi serpentina río abajo, girando en
estas aguas, quizás se encuentre con mis hermanas, allá, donde están las luces
y desembocan las sucias aguas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario