Creo que olvidé la última vez que me entusiasmó mi trabajo, lo llevo haciendo desde hace más de 18 años. Y si soy sincero, cada vez me complico menos y asumo que me es indiferente. Lo noto cuando me muevo de un extremo a otro en Santiago. Siempre el mismo camino, la misma rutina, las mismas lecturas, las mismas palabras; lo único que cambia son los colores de las mesas, las sillas, las aulas y las caras difusas de mis alumnos. No sé cómo llegué a esta apatía, si miro hacia atrás, esto no era lo que quería, no sé dónde me perdí. O Quizás sí.
La Claudia, venía siempre despeinada y con una polera que decía “love forever”. La primera vez que la vi llegó a la clase atrasada cuando ya habían pasado unos 15 minutos, me pidió disculpas y se sentó. No paraba de observarme mientras yo daba las instrucciones al curso ella se mordía los labios y cruzaba las piernas. Tenía un aire salvaje y una frescura que yo ya había olvidado. Al principio se sentaba al final del aula y poco a poco se fue cambiando de banco aproximándose a mi escritorio, aunque eso significaba soportar al Matías, un alumno de 33 años con halitosis. La Claudia se lo aguantaba, recuerdo que a veces me pareció que su cara se tornaba morada. Después de tres sesiones del taller, al terminar la clase dijo en voz alta y delante de todo el curso: “ Profesor yo llegué tarde, me puede explicar un par de cosas que no entendí, por favor”. Asentí y mi estómago se revolvió. Una vez que todos salieron ella cerró la puerta y apagó las luces
Cada vez que me tocaba ir a dar clases de taller literario en la municipalidad de Quilicura, los martes en la tarde, a las seis y media para ser exacto, me sorprendía mirándome al espejo antes de salir de casa; me arreglaba la barba y mi mujer, desde el sofá y mirando la teleserie refunfuñaba que si iba a una fiesta o a qué. Yo me hacía el loco, pero era un acto inconsciente porque no me daba cuenta y poco a poco fui dejando de lado el blazer a rayas, el pantalón de tela y aquel bolso ñoño que me habían acompañado toda la vida. Algo me impulsaba a tararear canciones, sonreír en solitario y llevar gomina.
Recuerdo que en este tiempo, aparte de cambiar mi vestimenta y mi perfume, cambié las lecturas del taller, les hacía escribir poemas y hasta recitar a Neruda, algunos traín guitarras y cantábamos Angie, de los Stone, ese taller era un cachondeo. La Claudia un día leyó uno de sus poemas favoritos, lo había escrito ella, era demasiado sensual. Apunto estuve de saltarle encima, tuve que sentarme enseguida y estar sentado el resto de la clase, mi jeans parecía una carpa del circo du soleil. Nunca me di cuenta si los demás alumnos sospechaban algo. Sé que Lucas, en principio, la abordaba y compartía con ella las fotocopias, dulces y todo lo que traía a la clase, pero yo sé que a ella, no le interesaba él. A la Claudia la conquistabas con hablarle de historia, de filosofía, de literatura y Lucas no llegaba.
Cuando ya casi era verano y estaba por acabar el taller, la encontré inquieta, decía que nos fuéramos juntos, que todo es demasiado bello para vivir separados. Decía que nunca sería una carga para mí, que ella se dedicaría a escribir poesía, que yo podría dar talleres en el sur y que de eso viviríamos muy felices. No paraba de sollozar, de besarme y en medio de tanta pasión le dije que sí. Y ese sí, era cierto, y¡¡ tan cierto!!. Nada más quería yo que irme con ella a una casa en el campo o en el lago o donde fuera, le repetía que ¡¡si!!, que ¡¡si!!, mientras me metía como un conejillo entre sus piernas, encima de mi escritorio. Le prometí que antes del último día del taller, tomaríamos el tren rumbo al sur, nos iríamos, tendríamos hijos, un perro y que sería como ella quisiera. Ella lloraba y me apretaba fuerte entre sus brazos.
La Claudia no asistió las dos semanas siguientes a clases, me tenía loco. Encima me enviaba sus trabajos literarios por medio de Sofía, otra alumna del taller. Los relatos que la Claudia enviaba eran más bien cartas con protagonistas extraños, pero era nuestra historia. Y siempre al final decía: "todo irá bien- el próximo martes a las seis en la estación de tren y los amantes vivirán felices para siempre".
La semana pasó volando y el martes llegó con la expectación de un día más, las cinco y media de la tarde. Di un par de vueltas en mi casa, me puse el blazer de rayas y el pantalón de tela, cogí mi bolso y salí de casa.
Versión de la Angélica
Aparte
de todas las desgracias habituales mías, les cuento otra. La Claudia, mi única amiga de Santiago de Chile. La conocí en un taller literario al que voy cada martes en
Quilicura. Ella es muy simpática, pero la pobre se metió en una cosa mala.
Mira que se lo dije, se enamoró hasta "las patas" del profe. Según mi punto de vista el profe no valía un duro, a mí me gustan los
hombres inteligentes y sensibles y si hay que pedir más, pues pido já!...
guapos, divertidos, simpáticos, sencillos, buena gente y con la polla más grande que la billetera!! ah! y generosos!! y que vengan de colegios con nombre y apellidos, que es el título nobiliario sudaca . Pero mi pobre
Claudia, no! éste era un pusilánime de tomo y lomo. En fin, se tuvo que
arrancar al sur para olvidarlo, se la pasa bebiendo chupilca día y noche. Cuando viene a Santiago, lo único que hacemos es hablar de él y ella llora, en venganza nos vamos los martes a hacer botellón fuera de la municipalidad y de paso le pinchamos las ruedas y rayamos el coche al profe hdp!.
Se enamoró la Claudía y para eso no hay consuelo, pero estoy segura de que se salvó de una, él no era de los trigos limpios, para mí que tenía una en cada curso, aunque quizás él la quería y creo que se le notaba en la mirada, pero aveces el amor no es suficiente. Y que voy a decir de ella, ella estaba colada hasta los huesos.
Una vez oí decir que en el amor siempre hay uno que está más colado que el otro y que ambos se encuentren de igual a igual en sentimiento es comprable a sacarse la lotería, pero qué puedo decir yo si me acabo de comprar un gato y de regalarle a la Claudia un boleto de lotería.
Se enamoró la Claudía y para eso no hay consuelo, pero estoy segura de que se salvó de una, él no era de los trigos limpios, para mí que tenía una en cada curso, aunque quizás él la quería y creo que se le notaba en la mirada, pero aveces el amor no es suficiente. Y que voy a decir de ella, ella estaba colada hasta los huesos.
Una vez oí decir que en el amor siempre hay uno que está más colado que el otro y que ambos se encuentren de igual a igual en sentimiento es comprable a sacarse la lotería, pero qué puedo decir yo si me acabo de comprar un gato y de regalarle a la Claudia un boleto de lotería.
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