Pequeños ojos, tenía Inocencio;
tez morena, rostro vulgar, voz suave y dulce,
siempre de niño, tierno mirar.
Mi niño indio, que nunca vió ni verá el mar.
Mi niño Inocencio, mi niño pobre,
que su padre olvidó al fecundar.
Mi niño siempre,
a la escuela en solitario,
cruzando el campo cansado va
y temblando me decía:
srta. yo la quiero de verdad
¿Dónde estarás ahora?,
¿serás un hombre bueno,
o te carcomió nuestro atar?.
Yo en sueños te recuerdo,
rostro quemado por el frío
y por las semillas de la maldad.
Cómo hubiera podido darte una vida buena, felicidad.
Aún te recuerdo mi niño indio,
mirándome con amor y humildad.
Sé que nunca aprendiste nada,
porque lo que yo te enseñaba
nunca en la vida, tenías que enfrentar;
necesitabas manos duras, brazos fuertes,
para la tierra labrar en paz,
de la tierra si vivirías,
no de letras, ni de sal.
Te abracé un último día,
tú a la fiesta disfrazado de sol venías,
te comí a besos, y tú orgulloso reías.
Ruego que tú donde estés, feliz vivas.
Y los que vinieron después, llenos de besos,
también en mi escuela vivan.
A los niños de la escuela de Rapel.
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que bonito, memorias de vida
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