Los diez pesos
Una moneda de diez pesos, que ahora tiene un valor de poco más de un céntimo, hace 25 años atrás tampoco valía mucho más, pero cuando se tienen siete años, con diez pesos podías comprar la felicidad y además tenía sabor ¡¡a chocolate!!
Llamaba especialmente mi atención la cara de la moneda, era la imagen de una mujer, un ángel de cabellos largos e inmensas alas, tenía los brazos alzados al cielo rompiendo cadenas, daba la impresión que gritaba libertad y, de hecho, la palabra libertad estaba escrita en la moneda ( Tenía connotaciones políticas la imagen, conmemora el Golpe de estado de 1973 ). Yo era una niñita de siete años, ni idea del contexto político de Chile, simplemente me gustaba ese ángel liberado y lo que podíamos comprar con esos diez pesos mis amiguitas y yo cuando saliamos de la escuela a las dos de la tarde.
De camino a la escuela
La única escuelita que había en la zona se encontraba a una hora de camino de mi casa. Ni coches, ni autobuses, ni bicicletas. A pié, lloviera, tronara o relampagueara, nosotras entre juegos y risas, caminábamos cada día. Yo era la que vivía más lejos y después que mi madre amarrara mi pelo en una inmnesa coleta, colgara mi pesada mochila llena de cuadernos a mi espalda y me daba mis "10 pesos"; yo partía a las siete de la mañana en busca de mis amiguitas Lily y María para emprender juntas el rumbo a la escuela. El punto de reunión era la casa de María, desde ahí las tres con la mochila a cuestas, una amplia sonrisa, la cara bien lavada y la ropa limpita emprendíamos nuestra aventura diaria. Íbamos por todo el camino esquivando charcas, huyendo de perros bravos y de ganzos hambrientos que pretendían picotearnos nuestras huesudas rodillas; rezando por fantasmas malvados que vivían en árboles misteriosos, acortando caminos por medio de potreros y acantilados, jugando a ser hermosas princesas prisioneras en castillos de piedras con vistas al valle. Todo ésto lo hacíamos al ritmo de rancheras que no parábamos de tararear en todo el trayecto. Las personas con las cuales nos cruzábamos en el camino nos llamaban las "niñitas cantoras" nos saludaban cariñosas y nosotras educadas, devolvíamos el saludo a coro, naturalmente.
Era toda una fiesta hasta que nos cruzábamos con "Capula", un viejo arapiento, que siempre llevaba una pala atravesada en su hombro y botas embarradas. Le teníamos muchísimo miedo, se rumoreaba que estuvo preso muchos años por matar a un hombre y lo más terrorífico era que con esa misma pala había cavado su tumba, enterrándolo a "medio morir saltando". Cuando lo divisábamos, apurábamos el paso, no osábamos levantar la vista y un sudor frío se apoderaba de nuestros cuerpos.
Otro personaje que solíamos encontrar a diario en nuestro camino, era "el Lucho carnicero", (célebre vendedor de carne, como lo hace notar muy claro su apodo) venía todas las mañanas en dirección contraria a la nuestra. Él viajaba en su bicicleta con un cajoncito lleno de carne que llevaba en la parte trasera de su bici, mercancía que iba vendiendo de casa en casa. Buenos días señoritas, nos decía, buenos días señor, respondíamos las tres, agregando al unisono siempre la misma pregunta, ¿qué hora es? y él muy astutamente y con una amplia sonrisa miraba su reloj y nos decía la hora con 30 minutos de adelanto, a fin de que nos diéramos prisa en llegar a clases, sabíamos que nos mentía y por eso le llamábamos "el Luchín mentiroso".
A las ocho sonaba la campana y empezaban las clases, siempre y por una extraña razón, llegábamos tarde.
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Si era una niña buena y me portaba bien, mi madre me daba los diez pesos. A Lily y María le daban la misma cantidad y como con éso, individualmente, nunca nos alcanzaba "pa ná", nos la ingeniábamos juntando los diez pesos de cada una y así los convertíamos en ¡¡30 pesos!! ¡¡todo un dineral!!
Cuando salíamos del cole a las dos de la tarde, nos íbamos de cabeza al quiosco de "ña Chila", que a esa hora solía dormir placidamente la siesta. Ella amablemente se levantaba a atendernos y nos enseñaba todos los chuches que costaban 30 pesos, aveces no nos poníamos de acuerdo sobre lo que queríamos comprar, pero finalmente reinaba la democracia, un día María elegía algo, al otro día Lily y al otro día escogía yo, así sucesivamente (siempre eran chuches, mi favorito era el súper8 una barrita de oblea bañada en chocolate que justamente costaba 30 pesos) Una vez hecha la deliciosa compra, "ña Chila" sacaba un afilado cuchillo, partía la dulce compra en tres partes iguales; nos íbamos de vuelta a casa cada una con su pequeña ración, pero con una gran sonrisa que además sabía a chocolate. Daba lo mismo que hiciese sol o frío, volvíamos riendo con nuestras pesadas mochilas devuelta a casa. Recuerdo como sufría las veces que mi madre me castigaba y no me daba los 10 pesos, por dejar de ser una buena niña, pero mis amigas que no sólo eran buenas, sino que también generosas, siempre compartían conmigo las golosinas, cuando yo no llevaba dinero.
Lily, mi amiga especial.
Mi amiguita Lily era una personita bastante especial, siempre llevaba consigo su pequeña muñeca llamada "Cindy", eran inseparables; hablaban entre ellas, aunque yo nunca pude escuchar a Cindy, a pesar de que puse todo mi empeño.
La madre quedó embarazada de Lily siendo muy joven, el padre en cuanto se enteró, las abandonó no queriendo saber nada más de ellas. Mi amiga tenía pánico a su padre, muchas veces nos cruzábamos con él en el camino. Recuerdo un día que volvíamos del colegio a casa, acortando caminos, cruzamos por medio de un potrero, donde habían decenas de ovejas pastando, estabamos felices cabalgando "a pelo" cuando de improviso apareció su despreciable padre, para ella fue como ver a Satanás; huyó corriendo y gritando despavorida sin rumbo fijo, las ovejas hicieron lo mismo y mi lanudo corcel me fue a tirar en medio de una zanja, quedé empapada en lodo, ni Dios me salvó de la paliza de mi madre horas después. Luego de recuperarme de la caída, María y yo salimos en su búsqueda. Después de un rato, en medio del camino hallamos el cuerpo decapitado de Cindy, sólo su cuerpo, no su cabeza. Por la gente que nos topábamos supimos que seguía corriendo y llorando a grito "pelao" como si la siguiera don Diablo, sólo llevaba la cabeza de la muñeca entre sus manos. A pesar de lo mucho que corrimos para alcanzarla, nunca lo conseguimos. Al día siguiente vimos a Lily como si nada hubiera pasado, le entregué el cuerpo de la muñeca, ella los unió y... empezaron a hablar nuevamente. Y aunque lo volví a intentar, no conseguí oír a Cindy.
Lily había sido criada por su abuela a quien ella llamaba cariñosamente mamita; era una vieja bastante misteriosa, siempre llevaba la cabeza amarrada con un pañuelo blanco, me miraba fijamente y yo me paralizaba. Todo el mundo decía que era bruja, de esas que vuelan en escobas. Yo nunca logré verla volar, pero había gente que lo juraba, también se decía que en noches de luna se le veía con una gran fogata haciendo sahumerios, tenía una mirada torva que erizaba la piel.
María, mi amiga religiosa
María viene de una extensa y estricta familia católica, en su casa se rezaba antes de cada comida, no podía volar "ni una mosca" en esos momentos, como tampoco cuando su padre se encontraba en casa. María era la menor de diez hermanos cinco hombres y cinco mujeres. Me ancantaba ir a su casa, era una fiesta constante... ¡¡tanta gente para divertirse!!! Sus hermanas mayores jugaban conmigo a maquillarme, a peinarme y a vestírme con sus bonitos vestidos, yo era una muñequita para ellas.
Entre vestidos y peinados pasabamos tardes enteras viendo telenovelas, cuentos de hadas en carne y hueso de tres a seis de la tarde por el televisor donde aparecían hermosos galanes que nos hacían suspirar a todas. Eran bellos, elegantes y educados príncipes, a los cuales nunca encontrarías en las calles del pueblo, príncipes ajenos que de encontrarlos, nunca se fijarían en nosotras, ilusas campesinas.
Juana, era la hija mayor, tenía más de 30 años nunca había tenido novio ni había besado a chico alguno.Su hobby era coleccionar revistas con los personajes de las telenovelas que tanto nos gustaban, tenía cientos de revistas con románticas portadas y en sus páginas interiores maravillosas vidas de gente perfecta, siempre sonriendo y en impresionantes mansiones. Nuestra vida soñada yacía apilada en una vieja estantería carcomida por las polillas
El Profesor
Don Vicente a quien cariñosamente llamábamos tío Wily, era el Director y único profesor del Colegio, siempre nos esperaba a la entrada con una varilla en la mano; la levantaba en señal de enfado y después nos guiñaba un ojo, con eso nos daba la orden de limpiarnos los zapatos y quitar el polvo de la ropa, luego reía a mandíbula batiente "¡¡pa´dentro!!", nos decía, "¡¡a estudiar!!". Entre juegos entrábamos a clases, éramos sus alumnas aventajadas, las tres nos sacabamos "puros sietes" (nota máxima en Chile), veníamos del quinto pino a su escuelita, además nos portábamos bien, éramos alegres y educadas.
El tío Wily era toda una celebridad en el pueblo; cuarentón, buena pinta y bigote varonil. A las madres les temblaban las bragas cuando lo veían y él se dejaba querer por todas. A diario la clase se nos llenaba de madres con escotazo, minifalda y pachulí, que se paseaban por la escuela preguntando por la conducta y rendimiento de sus retoños, aveces eran tantas las madres preocupadas por el bienestar del niño que solían pelearse y armar escándalos entre ellas para ser atendidas las primeras por el tío Wily.
Hubo una época que al parecer tenía problemas, decía la gente, que el profesor se caía "pesado al tinto", pasaba bebiendo en la cantina del pueblo todos los santos fines de semanas a causa de un mal de amor. Recuerdo un lunes en que llegamos con la intención de entrar a clases, pero la escuela estaba cerrada a cal y canto con un inmenso candado y ni rastro del profesor. Con mis amiguitas no sabíamos qué hacer, sí volver a casa o ¿qué? Estábamos todos los alumnos en la misma situación (no habían teléfonos, ni whatsApp, sólo señales de humo, pero por esa época eran muy confusas). En el cole nos daban el desayuno y la comida y, luego de una hora de camino en ayunas, las tripas tronaban. No sabíamos para donde tirar, hasta que al cabo de un rato apareció el tío Wily con las llaves en su mano, iba vestido con su mejor "pinta", recién duchao, de camisa blanca y corbata y con un ojo "morao". Nos abrió la escuela y ordenó a la cocinera que nos preparara el mejor menú de la semana. Tal como vino, se fue; haciendo eses por el camino.
Según chismorreaba la cocinera con algunas madres "tan preocupadas", por "enamorao" al tío Wily le había caído una "mata de combos" en la cantina del pueblo la noche anterior; le dejaron la nariz mirando "pa´ la Argentina" y que todas las mozas se metieron a defenderlo "a botellazo y taconazo limpio", todo esto, en medio de una gresca monumental; lo importante fue que los contrincantes habían "quedao pior", según las malas lenguas.
Aquel día, fue el más bonito que recuerdo de mi época escolar. No hubo clases, jugamos todo el día a mil juegos en la cancha de tierra con mis compañeritas... y con Joselito, el más guapo de todos los chicos de la escuela. Jugamos al "pilla pilla", él sólo me buscaba a mí y yo a él y nos sonrojábamos, todo iba perfecto hasta que tropecé, terminé llorando y con las rodillas peladas. Todos se burlaban de mí, menos él, fue muy atento y cariñoso conmigo. Sólo paramos de jugar cuando la cocinera gritó: ¡¡a comer!!. El menú era porotos con riendas ¡¡cómo olvidarlo!! Joselito entre risa y risa, me regaló su postre, una deliciosa pera madura, yo le regalé mi mejor ronrisa.
Epílogo
"Lucho carnicero" lo vi la última vez que estuve en mi pueblo, volví a preguntarle la hora y él, graciosamente, con su amplia sonrisa y como de costumbre me la dió adelantada, una vez más. Ahora tiene su propia carnicería y sigue vendiendo carne de casa en casa, pero ya no lleva una bici, ahora lleva un 4x4.
" Capula" pasó sus últimos años en años en un asilo de ancianos del cual se fugaba cada vez que podía porque no le premitían fumar, hace dos años que murió.
"Doña Chila" aún tiene su quiosco el frente de la escuela, tiene tres hijos, uno murió en un accidente de tráfico, aún no tiene consuelo. El hijo menor ha ido a la Universidad, motivo por el cual ella está muy orgullosa.
" Lily" mi amiguita especial, vive en el norte de Chile, se casó con un minero, tiene dos hijos. Hace 25 años que no la veo.
"María"mi amiguita religiosa, la veo de vez en cuando cuando voy a mi pueblo, pero no hablamos. Según sé de ella y a los diez hermanos, ninguno se casó y nunca se les conoció novio o novia alguno/a, respectivamente. Todos llevan una vida tranquila y sin sobresaltos. Cantan todos los domingos en el coro de la iglesia del pueblo.
"El tío Wily" está felizmente casado con la guapa enfermera del consultorio (pack), tiene dos hijos, sigue trabajando de profesor en una escuela, pero de un pueblo más grande aún. Ya no se mete en líos de faldas, además tiene una tienda justo en frente de la escuela y una casa grande con viñedos. Siempre lo veo, se ve feliz.
"Joselito" trabaja de "segurata" en un supermercado de Ovalle, la cuidad más cercana. No se ha casado, cada vez que lo veo me invita a salir, la última vez que lo vi, me regaló un kilo de peras maduras.
Ahora,
con 35 años, al presionar en mi mano la moneda de diez pesos ( la guardo entre mis tesoros más preciados) viene a
mi memoria aquella simple alegría que sentía de niña al ir al quiosco a
comprar chocolates con mis amiguitas (aunque debo reconocer que aún me sigue haciendo muy
feliz zamparme un buen trozo de chocolate, me sabe a dulces besos). Luego de ese sentiemiento agradable,
viene la melancolía del pasar de los años, 25 años no es nada, pero es la vida que se esfuma entre los dedos. Siento que voy por la vida como una pequeña
arañita, tejiendo día trás día mi destino. Tantas veces cierro mis ojos y vivo en el universo adverso e infinito de mi cabeza, me gusta, pero cuando él viene y me besa, los abro y me pierdo y me pierdo y agradezco estar viva y haber vivido de la manera que lo hecho.
Estoy
aquí, vivo en Palma de Mallorca, hace doce años que dejé mi pueblo.
Tengo días buenos y días malos, pero estoy aquí en busca de momentos en
los cuales vibrar de alegría y siempre sigo adelante.
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